lunes, 26 de diciembre de 2011

Círculo





...Y llegó el momento en que el deseo de acabar con la humanidad provocó dolor en sus extremidades.  Le dolían los hombros, la espalda y las manos.  Cada músculo le gritaba que se entregara a la destrucción, y fue cuando irrumpió en llanto. 


 Llanto de impotencia, culpa de una conciencia inculcada desde pequeña que le recordaba que, aunque podía matar, no debía. Lloró y lloró desconsoladamente hasta que sus ojos ya no veían ni pasado ni presente ni futuro.  Lloraba y apretaba los puños en una mezcla de ira, tristeza y desesperación.  Lloraba la existencia de una vida en constante agonía, pero que ocultaba en lo más profundo de su corazón... que ocultaba de la vista de esos mismos a los que quería exterminar.  Entonces, de repente, comenzó a reír. 


 Era una carcajada convulsa que le provocaba la imagen de un recuerdo inexistente de un paisaje mustio y pestilente.  Muerte, destrucción, cadáveres por doquier desmembrados, empalados.  Ríos de sangre fétida; una cantera de huesos estillados, quebrados, triturados y un vertedero de carne podrida que parecía tener vida gracias a los movimientos que le daban los gusanos.  Lo vio todo claro, lo olio, lo palpó y lo saboreó. 


 Regresaba la calma. Ya no tenía ira, no lloraba, dejó de reír.   Una calma se apoderaba de su ser; una sensación de que todo estaba bien.  Se sentó tranquilamente en su cama. Aún tenía las manos cerradas, una lágrima bajaba por su mejilla y una sombra de sonrisa le quedaba en los labios.  Sentía tranquilidad.  La imagen de un final, ya fuera bueno o espantoso, le trajo el sosiego que necesitaba.  Después de todo, algún día tenía que acabar esa vorágine de sensaciones que escapaban de las celdas más ocuras de su mente.  Y ahí, dejando su cansancio en un suspiro  mientras contemplaba la pared blanca de su habitación, descubrió que su vida es un horrible círculo...